Me dice mientras enciede un cigarro y me mira como tratando de adivinar mi reacción desde el otro lado de la mesa. Se ríe y trata de explicarme todas las razones por las que no se puede quedar comigo; aunque se muera de las ganas. Sí eso dice. Que no es natural pasársela toda la vida con la misma persona.
El matrimonio no debería existir. Digo yo.
Ahora lo entiendo. Mientras me voy acomodando poco a poco a una cama matrimonial sin matrimonio. Mientras reviso los pliegues de las sábanas, cada arruga que ahora no está del otro cuerpo que ya no las deja allí, de la otra almohada que ahora ya no tiene un hueco, de la otra almohada que reconfortaba, daba seguridad. Una seguridad irreal e imaginada.
Nada era cierto.
Que ya no podía soportar tanta libertad, me dijo hace poco cuando por fin firmámos los papeles del divorcio. Que haberse "entusiasmado" con la compañera de trabajo no es más que el resultado de mi indiferencia, de mis ideas extrañas, de no haberlo dejado pertenecer nunca a mi vida y a lo que llamábamos matrimonio. Quince años y un hijo es demasiado tiempo para venirse a dar cuenta de todo eso. Que ya no me culpe dice la sicóloga, que yo nada más fui quien era y que eso está bien, dice; mientras seguramente piensa en que cuando termine conmigo tiene que ir al súper o a comprarse una blusa de moda o a dar una clase en la universidad esa en la que trabaja...
Ya no me culpo de nada. Solo sé que el matrimonio no debería ser natural. Porque mientras sigue con sus explicaciones, su miedo, su whisky, su cigarro y su camisa blanca yo solo quisisera quitarle la camisa blanca, sin que me importara la esposa, los seis meses que tiene de no acostarse con ella, el miedo de hacer daño, todas las razones. Todas las razones.
Su mirada y su sonrisa que trata de esconder algo son demasiado.
Me pide que no lo mire así. Lo beso, le quito la camisa blanca.
El matrimonio no debería ser natural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario