viernes, 17 de octubre de 2014

Me tomaste una foto y yo te sonreí para siempre

Esa sonrisa, si se vale decirlo, es lo más parecido a la felicidad que puedo recordar. Esa sonrisa a veces la rescato entre escombros de toda una vida y me miro, tratando de mirarte a vos al otro lado de la cámara, mirándome como lo hiciste. Mirándome mirarte. Así como casi siempre.

miércoles, 9 de julio de 2014

El aniversario de una cicatriz

Te debo mis veinte libras de menos
las ojeras azules debajo de mis párpados
los vacíos en las noches y las mañanas
los paréntesis sin remedio
los puntos suspensivos...

Te debo estas preguntas sin respuesta
y esta historia sin pasado
este pasado sin historia que no se debe nombrar
este nuevo nombre en mi frente
y todas las canciones que no quiero escuchar.

Te debo todos los límites y las corduras
todos los silencios que se quiebran
que van callendo, callando,
entre tanto espacio sin asideros
entre tanto café y cielos y alcohol
y cigarros y humo y dolores

y colores descoloridos

Te debo un tiempo.
Tanto tiempo en rojo.
Tanta orilla adivinada.
Tantos ojos cerrados.
Tantas promesas oscuras.
Tanto tiempo pasado.

Te debo una cicatriz

imborrable.





jueves, 8 de mayo de 2014

Tirar el último recuerdo por la ventana del carro.

Es que me canso, a veces,
de esa mala costumbre
de ponerle valor a los objetos.
Valor sentimental.
De haber cargado
en el fondo de la cartera
y por más de cuatro meses
el último recuerdo tangible
del antes llamado oasis,
que ahora no es más
que un espejismo.

El recuerdo tenía fecha y sonrisita
al estilo más clásico
de adolescente cliché.
El recuerdo personificaba
tantas noches y sus sábanas rojas
y me saludaba impasible
desde el fondo oscuro de las cosas.

El último recuerdo tangible
del antes llamado oasis,
que ahora no es más
que un espejismo.

Perdiste tu valor como recuerdo,
le dije, mirándolo a los ojos,
él no dijo nada y sonrió
como siempre supo hacerlo.
Pudiste haber sido el recuerdo
más suntuoso de mi vida, seguí,
pero preferiste ser un recuerdo
como cualquier otro,
de esos para los que
no necesitas borrador
ni cajones donde meterlos
ni siquiera una manta con qué
taparlos...

Sin piedad ni miramientos
lo tiré por la ventana abierta
del carro en marcha,
allí quedó
en un arriate anodino
de la calle de mi vida cotidiana.


Allí quedó
el último recuerdo tangible
del antes llamado oasis,
que, pensándolo bien,
ya no es ni siquiera
un espejismo.








viernes, 18 de abril de 2014

El café se enfrió mientras pensaba qué hacer con mi vida.


Y allí queda un espacio largo, bien largo, entre el momento en que sale el sol y el ritual de irse vaciando. Es que parece como si todas las cosas, toda la ciudad, el país entero, todas las canciones estuvieran llenos de recuerdos que me persiguen por todas partes. No iba a ser fácil ni corto el proceso. Tendría que haberlo adivinado, porque mientras veo fotos de quiénsabequién en Facebook para anular el tiempo, pasa por allí una foto del centro comercial en el que caminaba un medio día de finales de julio con mi vestido de verano, un café en la mano y una de las gomas más memorables de la historia. Caminaba entre carros, buscando su carro en el parqueo, el sol era fuerte y probablemente yo sonreía. Siempre sonreía, supongo. No era consciente de que todo se iba a desgastar y que le quedaba tan poco a la felicidad de esos momentos en que yo lo transformaba en mi oasis. Sí, un oasis. Esas cursilerías que inventé para nombrar las cosas, los sentimientos, las emociones; todo eso que era inexplicable y que de alguna manera se tenía que explicar. Por supuesto: con un nombre. Mi oasis.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Solo el rojo

Quisiera encontrarme con tu otro yo –el que tenía más pelo- en la dedicatoria de otro libro. Quisiera ir tirando libros por toda la ciudad, por todo el mundo, con dedicatorias que nunca se acaben para que siempre me encontrés. Siempre me encontrés en un nuevo libro, en una nueva página, para que esto no acabé nunca, al menos en las dedicatorias de los libros. Nadie dijo que iba a ser fácil, dijimos. Dije. La verdad. Y era verdad. Los recuerdos se acumulan como pequeñas gotas que se van deslizando suave una tras otra. Como esas lámpara java. Esta es de color rojo, el aceite es amarillo, cuando apenas parecen mezclarse forman un leve color naranja que no es cierto. No es una certeza ni nada. Ese color no existe. Solo el rojo. Solo el rojo. Solo el rojo. Quisiera desearte que tengás suertecita e irme caminando hacia el atardecer como si nada, con una guitarra en la espalda, tirando los recuerdos, dejándolos regados como piedritas de colores para que algún día, si querés, podás encontrar el camino de regreso.