Son las cinco en punto.
El cielo está a punto de estallar por el atardecer y sigo caminando por los cañaverales interminables. Desde este ángulo las flores son más impresionantes que como se ven en la carretera. Se mueven con el viento, parecen otro cielo color rosa y espumante. Camino otras cuantas cuadras, dos, tres, cuatro; por momentos mis brazos rozan las plantas y comienza a arderme la piel. Mi piel está roja.
-Una vez allí ya no hay vuelta atrás...- Repite tu voz a lo lejos. Como un eco. Como un llamado.
Otra vuelta por los cañaverales. Llego a un punto en donde el camino se parte en cuatro, el cielo apenas es visible, pero ya no está rojo. Miles de libélulas vuelan sobre la caña, sobrevuelan las flores, un cielo negro de libélulas. Hay cuatro caminos por los que pudiera irme. Cuatro y tu voz diciendo -Una vez allí ya no hay vuelta atrás...-
Ya no son las cinco. Es de noche.
Me siento a llorar sobre el camino que se parte en cuatro mientras las libélulas bailan a mi alrededor.