Debo admitir que me costó un montón confiar en vos. Ya lo sabés, lo dije alguna vez. Una de esa veces de palabras que no debería haber dicho. Me duele gastar palabras así. Me duele desperdiciar mis emociones así. En fin, me costó confiar. Eso, porque he confiado demasiado antes, yo así soy, transparente y directa, no puedo ser de otro modo. No pienso. No medito. Solo hago, hago lo que el estadio más primitivo de mi cerebro me dice, en alguna parte. Después me arrepiento, después cuando lo pienso. Pero así soy. Y de alguna manera me costó confiar, pero vos sos bien persuasivo con ese tu modito simpático y divertido y ese misterio lejano que tenés al fondo. Sí que sos persuasivo. Y me llevaste, sin querer o queriendo, a dónde querías, a jugar ese tu jueguito que sigo sin entender. Todos los días me despierto y pienso en que yo no soy así, después en lo rico que sería que todo fuera cierto. En lo interesante y divertido que sería estar juntos al menos una vez en la vida y cumplir todos tus deseos y los míos y los que, de seguro, podrían surgir en el camino.
¿Sería rico, verdad?
Pero
no, y vos seguís jugando. Como si tuviéramos quince años y todo el
tiempo del mundo. Me gustás, me gustas demasiado y lo sabés -esa no era
la confesión-, pero no sé cuánto tiempo pueda seguir jugando sin que mis
emociones salgan perjudicadas. Ya te dije: soy transparente, esto es lo
que soy, no hay nada diferente adentro ni detrás. Lástima que nunca
pueda obtener lo mismo a cambio.
Y entonces la confesión vendría siendo esta:
ya va siendo hora de decirte adiós.
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