¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.
Mira a través de esa pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.
Que iba a pasarme en unos meses había dicho, que la atracción, infatuación o lo que fuera que fuese aquello; iba a pasar en menos de lo que esperaba o sintiera o imaginara. Pero no, no pasaba. No pasa. No termina. Y aparecés en mis pensamientos cuando un gato me despierta con sus maullidos a las tres de la mañana o cuando el café apenas está listo una tarde que llueve como si se fuera a caer el cielo. Así es. Ni modo. Y no creás, me gusta pensarte, hacer vivir de esa manera a la persona que fuiste. A la persona que quise. A la persona esa que quedó perdida entre unas cuantas sábanas rojas. Sí. Ese que fuiste, que le dio vida a mi vida, que me regaló sonrisas de la nada y felicidad pasajera. Ese que fuiste, con una piel para inventar caminos, para inventar historias que nunca quisieras que se terminaran. Que iba a terminar, dijimos. Pero te vas y volvés y aparecés metido en cada pensamiento inesperado en la tarde cuando soy quien debo ser y la vida se me va entre la cocina y el escritorio. Que iba a terminar, pero tu piel no termina, tu sonrisa no termina, tu boca no termina, tus palabras lejanas y extrañas, las ganas de tus manos, y tu lengua y tu pelo revuelto entre sudor cercano. No termina. No. Y aparecés con las ganas de que el mundo fuera otra vez ese oasis y enroscarme en el silencio o bailar como loca envuelta en una sábana o estar presentes en ese fin del mundo. Ese, en el que no se necesitaba ningún milagro o arrepentimiento.
Ese fin del mundo.
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