jueves, 8 de mayo de 2014

Tirar el último recuerdo por la ventana del carro.

Es que me canso, a veces,
de esa mala costumbre
de ponerle valor a los objetos.
Valor sentimental.
De haber cargado
en el fondo de la cartera
y por más de cuatro meses
el último recuerdo tangible
del antes llamado oasis,
que ahora no es más
que un espejismo.

El recuerdo tenía fecha y sonrisita
al estilo más clásico
de adolescente cliché.
El recuerdo personificaba
tantas noches y sus sábanas rojas
y me saludaba impasible
desde el fondo oscuro de las cosas.

El último recuerdo tangible
del antes llamado oasis,
que ahora no es más
que un espejismo.

Perdiste tu valor como recuerdo,
le dije, mirándolo a los ojos,
él no dijo nada y sonrió
como siempre supo hacerlo.
Pudiste haber sido el recuerdo
más suntuoso de mi vida, seguí,
pero preferiste ser un recuerdo
como cualquier otro,
de esos para los que
no necesitas borrador
ni cajones donde meterlos
ni siquiera una manta con qué
taparlos...

Sin piedad ni miramientos
lo tiré por la ventana abierta
del carro en marcha,
allí quedó
en un arriate anodino
de la calle de mi vida cotidiana.


Allí quedó
el último recuerdo tangible
del antes llamado oasis,
que, pensándolo bien,
ya no es ni siquiera
un espejismo.








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