La sicóloga, terapista o cómo se llame, me mira todavía cada quince días y en su miradita que trata de ser comprensiva se le nota el "pobrecita" entre ceja y ceja. No hay que haber sacado un título en sicología para leer lo que está pensando. Y la verdad es que me aburre. Y sigo yendo simplemente porque necesito alguien a quien contarle mientras encuentro una amiga medianamente confiable.
El divorcio quedó atrás y no hay que ser un genio para entender lo que está pasando. Que pasé de una dependencia a otra, tal vez digan, tal vez piense alguien si se atreve a cuestionarlo, a pensar, a darse cuenta... Que me gusta que se aparezca en el chat, que me tire sus frases medio cursis, medio atrevidas. Que me gusta que piense que le creo cuando me dice que solo necesita unas horas para demostrarme lo mucho que quiere estar conmigo. Sí, eso. Y sus labios pequeños sonriendo al pasar. Y el olor que deja regado cuando entra en la mañana. Eso. Y cualquier excusa tonta que tiene para llamarme a su oficina y dejar que me acerque más de la cuenta y dejarlo que respire sobre mi hombro mientras escribo en su computadora. Eso. Y los pelitos de su brazo dándole besos de mariposa a los míos. Y esa corriente magnética, química, física o como podamos llamarle. Ese espacio que ya no existe, que no da tregua, que no se puede detener...
Los baños de las oficinas son buenos lugares para hacer un preview de lo mucho que quiero estar con vos, me dijo.
Y nos dimos el preview.
Nada mal para cinco minutos y el teléfono sonando afuera.
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